domingo, 21 de octubre de 2012

BV 5: C’est la vie



 Ayer paseaba arrastrando los pies por cada esquina por donde pasaba. Hoy me intoxico de alegría, de la belleza de la vida, del vive tú y deja vivir. Y así me voy. A vivir otra vida, a decorar otros mundos. A sabiendas de todo lo que me rodea salpico un poco aquí y allá y lo tiño todo de sentimientos.
No tengo ni idea de que hacer hoy. De que os voy a escribir, con cual nueva historia os voy a capturar. He llegado al punto culminante de mi día, al momento en que el sol y la luna se esconden, a una noche oscura sin focos de luz estrellados y esparcidos por el cosmos. Acercarme a la ventana se me hace tan apetecible como bajar a la cocina y saquear la nevera. Pero no lo hago porque prefiero dejarme caer sobre la cama y observar otro cielo, el de mi habitación. Aquí todo es blanco, todo es luz aunque nada es real.
No lo deseo pero mi mente divaga sola a la tarde noche del domingo, al momento exacto en el que Matt me besó. ¿Por qué razón le doy importancia? No sentí nada, fue como la picadura de una aguja, imperceptible. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que dejemos de darle importancia a hechos tan concretos? Quizás solo los años y el transcurso del tiempo sepan qué hacer. Hagamos un flashback a lo ya ocurrido, a mi incierto pasado. Rebobinemos la película y… ¡STOP!
Mi décimo tercer cumpleaños. No se cumplen años todos los días así que lo mejor siempre es disfrutar de esos pequeños momentos en los que soplas las velas de tu tarta, te sacas fotos con tus amigos y familiares y abres los regalos.
Ese día cuando me despierto a los pies de mi cama se encuentran mi madre, mi padre y mi hermano con una sonrisa de extremo a extremo.
— ¡Feliz cumpleaños Eileen!—Corean a la vez para mi sorpresa. Desde que tengo edad para empezar a recordar momentos, este es uno de esos que nunca olvido. Me pasan cajas y cajas envueltas en papel de regalo y me vuelvo loca por la emoción. No sé por dónde empezar. Mamá me ayuda y me alcanza una pequeña cajita con un gran lazo; desato el lazo y rompo el papel y después pego un grito: es una cadena de oro con un dije en forma de mariposa. Es precioso, precioso. Abrazo a papá una y otra vez antes de dejar de lado su regalo y continuar con los demás. Mamá me regala un precioso vestido para que me ponga ese día y una plancha Rowenta para que deje de quejarme de que no tengo ninguna. Evan es más clásico y fiel a mis gustos, prefiere regalarme dos libros y un CD de música de los 80 y abajo en el fondo de la caja en un sobre dos entradas para el concierto de un grupo de rock que desconozco. Los ojos me brillan y tenía ganas de bailar y cantarle a Güin, mi hámster.
Esa tarde mamá invita a todos mis amigos a celebrar tal acontecimiento, su hija cumple trece años. Mamá todavía no aceptaba que me hiciera mayor cada día que pasa, todavía me trata como a una niña pero en el fondo sabe que llegará el día en que me vaya de casa y haga todas esas cosas comunes en la vida igual que lo hizo ella.
Una tarta de dos pisos espera por mí en el comedor con todas las velas y un montón de comida y globos a su alrededor. Guirnaldas de todos los colores cuelgan de las paredes junto al enorme cartel que pone: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS! El típico cartel que te encuentras en una fiesta de cumpleaños. Rachel y Matt están entre los invitados. Me es muy fácil visualizarlos solo tengo que buscar a dos cabezas rubias.
— ¡Eileen, feliz cumpleaños!— Grita Rach eufórica por la alegría mientras se cuelga de mi cuello y me abraza con toda la fuerza que sus pequeños bracitos le permiten.
Matt es menos efusivo y se queda atrás a la espera de que su hermana le permita decir las palabras que tanto quiero escuchar. Y al decirlas lo veo sonrojarse. El Matt adolescente del que vivo enamorada se ha sonrojado. Sonrío para mis adentros y mi pecha se infla de algo que desconozco.
Todos y cada uno de los invitados a mi fiesta se van acercando nada más me ven y me llenan de abrazos y besos y hasta tirones de oreja. Hoy es el día no solo de mi cumpleaños sino también el día decisivo, hoy abriría mi corazón y que fuera lo que fuera.
Y oh si lo hice. Tres cuartos de hora más tarde mientras jugábamos al escondite en el patio trasero a la menor oportunidad que tuve cogí a Matt de la mano y me lo llevé al cobertizo donde papá guardaba las herramientas de trabajo y todo aquello que no servía o que le dábamos poca utilidad. Y detrás de mi primera bicicleta oxidada en un cobertizo donde apenas había luz cite las palabras que con tanto cariño había sacado de uno de los libros románticos de mamá.
—Verás, querría decirte muchas cosas, pero me faltan palabras. Me gustaría poder contarte, sin que pareciera tópico, que eres mi vida, mi todo. Que sin ti, todo pierde color. Que no puedo escucharte sin olvidar todo lo que pasa a mí alrededor. Que te veo y me olvido de todo. Que te quiero.
¿Quién se podría creer que aquellas palabras habían salido de mi boca? NADIE. Pero tal vez Matt no conocía el libro de mamá y mi gran frase estaba a salvo. Y pasaron un minuto y dos y tres y a cada segundo que pasaba y el no hacía nada más que mirarme. Mi corazón inexperto en el amor se iba hundiendo y mis ansias y felicidad por el momento eran arrasadas por el huracán. Y en silencio esperamos hasta que Rachel abrió la puerta y ambos salimos corriendo. Yo con lágrimas en los ojos y el más pálido que un papel.
Desde entonces recuerdo que nos ignorábamos. Que dejé de leer y sacar frases románticas de los libros de mamá y que las culpaba a ellas de mi roto corazón. Pero que le iba a hacer las cosas pasaban y la vida continuaba.
Matt y yo no volvimos a cruzar nuestras miradas más tiempo de lo necesario y si ocurría rápidamente uno de los dos la desviaba y se iba de la habitación. Dejé de invitarle a mis cumpleaños, a visitar la tienda de gominolas los sábados por la mañana, no volvimos a ir juntos a la piscina comunitaria y tampoco volvió con nosotras a casa durante el tiempo que estuvo en el instituto.
También recuerdo algo que ocurrió a finales de verano de 2009. Matt estaba por aquel entonces más guapo que nunca eso no puedo negarlo ni en este mundo ni en ningún universo alternativo. Estaba en su primer año de pre universitario, había dejado de usar las camisas que su madre le compraba, iba al gimnasio todos los domingos mientras su familia iba a misa y era condenadamente un rebelde. Había perdido todo rasgo del Matt que yo en algún lugar de mi vida adolescente e infantil había conocido.
Ese día se me había ocurrido ir al faro y pasar la tarde allí tirada en el sofá viendo alguna película o leyendo un libro ya que en mi casa se estaban pintando las paredes y no podía concentrarme con el nauseabundo olor a pintura. Recorrí mi habitual camino: la casa de la señora Billingsley que por aquella época seguía pintada de amarillo vomitivo, la calle del molinillo y el puente que daba al río. Había subido las escaleras y tarareaba una canción que venía escuchando en mi mp4. Cuando llego arriba veo que la cerradura del faro está forzada, alguien había entrado. Y ¿cuál fue mi sorpresa al abrir la puerta? Allí tirados sobre el sofá en el que siempre me sentaba, mi amado y puro sofá estaba Matt desnudo con una chica que no conocía entre brazos. Ah creo que debo añadir que ella también estaba desnuda. Recuerdo que actúe con mucha calma cogí su ropa; la de ambos y la lancé por la ventana que daba al río en silencio. Y después grité todo lo que mis pulmones me permitieron. Le lancé a Matt el mando de la tele y los eché de allí dejándolos desnudos en la calle.
— ¡Fuera de aquí y esto se lo pienso decir a tus padres Matthew!—Gritaba lanzándoles cosas.
Después de que Matt se hubiera lanzado al río a recuperar su ropa y ambos se fueran mojados me tiré al suelo y lloré de ira. El poco afecto que sentía por él había terminado en odio. Cambié el sofá y el otro lo regalé a la beneficencia, también cambie la cerradura y le conté a Rachel lo ocurrido. La pobre se llevó las manos a la cabeza y fue corriendo a casa a contarles lo ocurrido a sus padres.
A la mañana siguiente en el instituto Matt me acorraló en los pasillos, me cogió del brazo  y me llevó a una de las clases vacías. Allí me dijo todo aquello que yo nunca he querido oír.
—Eres una maldita desgraciada sin vida propia y por eso tienes que joderle a los demás la suya. Que sepas que ni de niño te aguantaba a ti y a tus malditas tonterías de: << ¡Ay Matt, te quiero!>> Madura de una puta vez y déjame a mí en paz, estúpida…
Y cómo mismo entró por la puerta salió, enfurecido. Entonces fue cuando tomé la decisión de que nunca más volvería  querer a alguien que no se lo mereciera y que por supuesto Matthew Klintworth no volvería a mi vida ni en sueños.

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