No tengo ni idea de que hacer hoy. De que os voy a escribir,
con cual nueva historia os voy a capturar. He llegado al punto culminante de mi
día, al momento en que el sol y la luna se esconden, a una noche oscura sin focos
de luz estrellados y esparcidos por el cosmos. Acercarme a la ventana se me
hace tan apetecible como bajar a la cocina y saquear la nevera. Pero no lo hago
porque prefiero dejarme caer sobre la cama y observar otro cielo, el de mi
habitación. Aquí todo es blanco, todo es luz aunque nada es real.
No lo deseo pero mi mente divaga sola a la tarde noche del
domingo, al momento exacto en el que Matt me besó. ¿Por qué razón le doy
importancia? No sentí nada, fue como la picadura de una aguja, imperceptible. ¿Cuánto
tiempo tendrá que pasar para que dejemos de darle importancia a hechos tan
concretos? Quizás solo los años y el transcurso del tiempo sepan qué hacer. Hagamos
un flashback a lo ya ocurrido, a mi incierto pasado. Rebobinemos la película y…
¡STOP!
Mi décimo tercer cumpleaños. No se cumplen años todos los
días así que lo mejor siempre es disfrutar de esos pequeños momentos en los que
soplas las velas de tu tarta, te sacas fotos con tus amigos y familiares y
abres los regalos.
Ese día cuando me despierto a los pies de mi cama se
encuentran mi madre, mi padre y mi hermano con una sonrisa de extremo a
extremo.
— ¡Feliz cumpleaños Eileen!—Corean a la vez para mi sorpresa.
Desde que tengo edad para empezar a recordar momentos, este es uno de esos que
nunca olvido. Me pasan cajas y cajas envueltas en papel de regalo y me vuelvo
loca por la emoción. No sé por dónde empezar. Mamá me ayuda y me alcanza una
pequeña cajita con un gran lazo; desato el lazo y rompo el papel y después pego
un grito: es una cadena de oro con un dije en forma de mariposa. Es precioso,
precioso. Abrazo a papá una y otra vez antes de dejar de lado su regalo y
continuar con los demás. Mamá me regala un precioso vestido para que me ponga
ese día y una plancha Rowenta para que deje de quejarme de que no tengo
ninguna. Evan es más clásico y fiel a mis gustos, prefiere regalarme dos libros
y un CD de música de los 80 y abajo en el fondo de la caja en un sobre dos
entradas para el concierto de un grupo de rock que desconozco. Los ojos me
brillan y tenía ganas de bailar y cantarle a Güin, mi hámster.
Esa tarde mamá invita a todos mis amigos a celebrar tal
acontecimiento, su hija cumple trece años. Mamá todavía no aceptaba que me
hiciera mayor cada día que pasa, todavía me trata como a una niña pero en el
fondo sabe que llegará el día en que me vaya de casa y haga todas esas cosas
comunes en la vida igual que lo hizo ella.
Una tarta de dos pisos espera por mí en el comedor con todas
las velas y un montón de comida y globos a su alrededor. Guirnaldas de todos
los colores cuelgan de las paredes junto al enorme cartel que pone: ¡FELIZ
CUMPLEAÑOS! El típico cartel que te encuentras en una fiesta de cumpleaños. Rachel
y Matt están entre los invitados. Me es muy fácil visualizarlos solo tengo que
buscar a dos cabezas rubias.
— ¡Eileen, feliz cumpleaños!— Grita Rach eufórica por la
alegría mientras se cuelga de mi cuello y me abraza con toda la fuerza que sus
pequeños bracitos le permiten.
Matt es menos efusivo y se queda atrás a la espera de que su
hermana le permita decir las palabras que tanto quiero escuchar. Y al decirlas
lo veo sonrojarse. El Matt adolescente del que vivo enamorada se ha sonrojado.
Sonrío para mis adentros y mi pecha se infla de algo que desconozco.
Todos y cada uno de los invitados a mi fiesta se van
acercando nada más me ven y me llenan de abrazos y besos y hasta tirones de oreja.
Hoy es el día no solo de mi cumpleaños sino también el día decisivo, hoy abriría
mi corazón y que fuera lo que fuera.
Y oh si lo hice. Tres cuartos de hora más tarde mientras
jugábamos al escondite en el patio trasero a la menor oportunidad que tuve cogí
a Matt de la mano y me lo llevé al cobertizo donde papá guardaba las
herramientas de trabajo y todo aquello que no servía o que le dábamos poca
utilidad. Y detrás de mi primera bicicleta oxidada en un cobertizo donde apenas
había luz cite las palabras que con tanto cariño había sacado de uno de los
libros románticos de mamá.
—Verás, querría decirte muchas cosas, pero me faltan
palabras. Me gustaría poder contarte, sin que pareciera tópico, que eres mi
vida, mi todo. Que sin ti, todo pierde color. Que no puedo escucharte sin
olvidar todo lo que pasa a mí alrededor. Que te veo y me olvido de todo. Que te
quiero.
¿Quién se podría creer que aquellas palabras habían salido de
mi boca? NADIE. Pero tal vez Matt no conocía el libro de mamá y mi gran frase
estaba a salvo. Y pasaron un minuto y dos y tres y a cada segundo que pasaba y
el no hacía nada más que mirarme. Mi corazón inexperto en el amor se iba
hundiendo y mis ansias y felicidad por el momento eran arrasadas por el
huracán. Y en silencio esperamos hasta que Rachel abrió la puerta y ambos
salimos corriendo. Yo con lágrimas en los ojos y el más pálido que un papel.
Desde entonces recuerdo que nos ignorábamos. Que dejé de leer
y sacar frases románticas de los libros de mamá y que las culpaba a ellas de mi
roto corazón. Pero que le iba a hacer las cosas pasaban y la vida continuaba.
Matt y yo no volvimos a cruzar nuestras miradas más tiempo de
lo necesario y si ocurría rápidamente uno de los dos la desviaba y se iba de la
habitación. Dejé de invitarle a mis cumpleaños, a visitar la tienda de
gominolas los sábados por la mañana, no volvimos a ir juntos a la piscina
comunitaria y tampoco volvió con nosotras a casa durante el tiempo que estuvo
en el instituto.
También recuerdo algo que ocurrió a finales de verano de 2009.
Matt estaba por aquel entonces más guapo que nunca eso no puedo negarlo ni en
este mundo ni en ningún universo alternativo. Estaba en su primer año de pre
universitario, había dejado de usar las camisas que su madre le compraba, iba
al gimnasio todos los domingos mientras su familia iba a misa y era
condenadamente un rebelde. Había perdido todo rasgo del Matt que yo en algún
lugar de mi vida adolescente e infantil había conocido.
Ese día se me había ocurrido ir al faro y pasar la tarde allí
tirada en el sofá viendo alguna película o leyendo un libro ya que en mi casa
se estaban pintando las paredes y no podía concentrarme con el nauseabundo olor
a pintura. Recorrí mi habitual camino: la casa de la señora Billingsley
que por aquella época seguía pintada de amarillo vomitivo, la calle del
molinillo y el puente que daba al río. Había subido las escaleras y tarareaba
una canción que venía escuchando en mi mp4. Cuando llego arriba veo que la
cerradura del faro está forzada, alguien había entrado. Y ¿cuál fue mi sorpresa
al abrir la puerta? Allí tirados sobre el sofá en el que siempre me sentaba, mi
amado y puro sofá estaba Matt desnudo con una chica que no
conocía entre brazos. Ah creo que debo añadir que ella también estaba desnuda. Recuerdo
que actúe con mucha calma cogí su ropa; la de ambos y la lancé por la ventana
que daba al río en silencio. Y después grité todo lo que mis pulmones me
permitieron. Le lancé a Matt el mando de la tele y los eché de allí dejándolos
desnudos en la calle.
— ¡Fuera de aquí y esto se lo pienso decir a tus padres Matthew!—Gritaba
lanzándoles cosas.
Después de que Matt se
hubiera lanzado al río a recuperar su ropa y ambos se fueran mojados me tiré al
suelo y lloré de ira. El poco afecto que sentía por él había terminado en odio.
Cambié el sofá y el otro lo regalé a la beneficencia, también cambie la
cerradura y le conté a Rachel lo ocurrido. La pobre se llevó las manos a la
cabeza y fue corriendo a casa a contarles lo ocurrido a sus padres.
A la mañana siguiente
en el instituto Matt me acorraló en los pasillos, me cogió del brazo y me llevó a una de las clases vacías. Allí me
dijo todo aquello que yo nunca he querido oír.
—Eres una maldita desgraciada
sin vida propia y por eso tienes que joderle a los demás la suya. Que sepas que
ni de niño te aguantaba a ti y a tus malditas tonterías de: << ¡Ay Matt,
te quiero!>> Madura de una puta vez y déjame a mí en paz, estúpida…
Y cómo mismo entró por
la puerta salió, enfurecido. Entonces fue cuando tomé la decisión de que nunca
más volvería querer a alguien que no se
lo mereciera y que por supuesto Matthew Klintworth
no volvería a mi vida ni en sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario