Dulce hogar o no tan dulce
Dicen que no hay nada más dulce en el mundo que
volver a casa, pero cuando mi avión aterriza y el piloto informa que ya hemos
llegado a New Hampshire no sé si saltar de alegría o agarrarme al sillón y
negarme a moverme de ahí hasta que me devuelvan a Nueva York. Sé que al otro
lado del esas puertas me esperan un montón de noticias y algunas quizás no tan
buenas.
Las vacaciones de Navidades todavía no han
acabado y mis padres me han comunicado que me han levantado el castigo por
haberme portado tan bien en el viaje. Ahora ya parecemos hasta una familia
unida de verdad. Cogemos un taxi en el aeropuerto que nos lleva directamente a
casa y Evan y papá hablan sobre el partido de rugby que irán a ver. Mamá está
callada y yo voy mirando el aburrido paisaje cubierto de nieve. Pasamos por las
calles por las que tantas veces he caminado hasta que el taxi se detiene en la
puerta de casa y mamá me informa:
––Hemos llegado cariño.
Bajamos y papá me llama para que coja mi maleta.
Me quedo mirando la fachada y más específicamente la ventana de mi habitación.
Realmente hemos vuelto.
––Eileen––Vuelve a llamar mi padre––O
vienes a por tu maleta o se queda aquí.
––Voy, voy.
Me la alcanza y la arrastro hasta la entrada.
Mamá ya ha entrado, ha abierto la puerta y encendido las luces. Ya hay vida
dentro de la casa.
––Subo a deshacer la maleta––Murmuro antes de
subir las escaleras.
––No te olvides de bajar la ropa sucia para
ponerla a lavar––Dice mamá y asiento antes de seguir mi camino.
Abro mi puerta y enciendo la luz y todos los
recuerdos me bombardean. Hago que se esfumen en un segundo. Abro la maleta y
empiezo a sacar la ropa sucia apartándola en la cama. Doblo la limpia que no
llegué a usar y al fondo me encuentro la bolsa de los recuerdos. Le he comprado
a Rach lo que quería: una camiseta de I love NY, una figurita de la Estatua de
la Libertad en miniatura y una postal del Empire State. Me muero de ganas de
verla así que agarro la bolsa, me pongo mi abrigo y abro la puerta.
–Vuelvo dentro de un rato mamá, voy a ver a Rach.
No le doy tiempo a responder antes de cerrarla y
echar a correr en dirección a su casa. Las luces están encendidas así que debe
haber alguien. Me cuelo por la verja de la entrada y toco el timbre. Pasa un
rato antes de que la puerta de abra y su padre me salude.
–Hola Eileen, Rach está en su habitación, sube,
adelante.
–Gracias señor Klintworth–Digo a modo de saludo y
voy hasta las escaleras.
El corazón me late demasiado deprisa cuando la
puerta del cuarto de Matt se abre y me quedo helada al verlo otra vez. Él
apenas se inmuta. Va en pijama y tiene el pelo revuelto como si se acabase de
levantar.
–Hola–Me saluda y no sé que responder porque
realmente no me lo esperaba.
Me quedo callada esperando que siga su camino
pero no lo hace, me sigue mirando y se
va acercando hasta que agota el espacio que nos separa y cierro los ojos y
aguanto la respiración. No puedo con este tipo de situaciones. No lo aguanto.
–Matt por favor...–Ruego entre susurros.
–Te he echado de menos–Murmura con la voz a punto
de rompérsele y capta mi atención. Abro los ojos y entonces se acerca más y
más, tan peligrosamente que siento que el suelo se empieza a desvanecer. Me
besa. Un simple roce pero consigue hacer los suficientes estragos en mi como
para que se me olvide donde estoy y que hago allí. No lo detengo. Esta vez no.
Disfruto del beso y lo correspondo. Siento que me agarra por la cintura y me
arrastra hasta su habitación y yo me dejo hacer. Lo necesitaba, era como una
droga que me consumía y la necesitaba para poder seguir. Yo misma me quito el
abrigo y lo dejo caer. Tengo miedo que se detenga, un miedo que hace que me
vuelva torpe en cada uno de mis movimientos. Dejo que mis manos se cuelen por
debajo de la camiseta de su pijama y lo acaricio como si fuera la primera vez.
Y suspiro entre beso y beso. Ahora sí que me siento en casa. Este es mi hogar y
no puedo evitar querer volver a él. Dejo que me lleve hasta la cama y caigo
sobre ella, entonces deja de besarme y se separa unos instantes para mirarme.
Se quita la ropa despacio y me molesto cuando su camiseta se enreda en su
cabeza y no me deja seguir mirándolo a los ojos, necesito ese contacto visual,
siento que si lo pierdo lo perderé a él también. Pero ahí están de nuevo sus
ojos, devorándome, observándome detenidamente, penetrando hasta el fondo de mi
alma. Cuando lo veo venir de nuevo me tumbo y espero sentir el peso de su
cuerpo pero él me vuelve a levantar y me arranca la camiseta y el sujetador
dejándome prácticamente desnuda ante su mirada. Me sonrojo y hago un ademán de
taparme pero sus manos son más rápidas y sostienen las mías a cada lado. Besa
mi frente primero y deja un camino de besos hasta llegar a mi barbilla, tiemblo
ante el roce de sus labios con mi cuello. Me muerde despacio, dejándome
pequeñas marcas rojas y sigue su camino hasta mi clavícula, la besa dulcemente
y sigue bajando hasta perderse entre mis pechos. Me dejo hacer soltando
pequeños quejidos de placer. No quiero pensar en qué pasaría si la puerta se
abriera y nos encontraran así. Lo intento pero no puedo, estoy demasiado
concentrada en tratar de aplacar las mil
emociones que están atrapadas en mi cuerpo. Estoy en un profundo estado de
éxtasis, siento como si rozase el cielo con la punta de los dedos cada vez que
él se mueve en mi interior. Cuando termina lo abrazo no queriendo que se vaya.
–Eileen...
Su cálido aliento choca contra mi mejilla y
siento descargas eléctricas. Cierro los ojos unos instantes.
–Estoy con Nicole, Eileen.
Y siento como algo en mi interior se retuerce
hasta desquebrajarse en mil pedazos. No me muevo ni un milímetro. Sin querer se
me nubla la vista y las lágrimas no dudan en correr por mis mejillas. Me siento
usada, como un trapo viejo. Lloro en silencio a sabiendas de que él me ve en
todo momento y no hace nada para que me detenga. Dejo caer mis brazos y lo
empujo para que me deje marchar. Me visto en silencio y me limpio los ojos antes
de salir y cerrar la puerta. Olvido el regalo de Rachel y vuelvo a casa. Por
suerte el señor y la señora Klintworth han salido y el pasillo está despejado.
Camino arrastrando los pies, veo la puerta de mi hogar a dos metros de mi pero
no puedo ir, todavía no, no así. Y vuelvo a girar y suelto un pequeño grito de
susto al encontrarlo detrás de mí.
–¿Qué haces aquí? ¿Me has seguido?
No puedo mirarlo a los ojos sin sentirme sucia y
culpable. Me abraza sin decir palabras y al principio me resisto pero termino
por ceder. No tengo fuerzas para luchar contra sus brazos. Sin darme cuenta me
ha cargado en brazos y me lleva de vuelta a su casa. Me equivoco, vamos hacia
su coche. Abre la puerta del copiloto para mí y me sienta. Da la vuelta, sube y
nos marchamos a alguna parte. No pregunto a donde me lleva. No puedo ni
mirarlo, me siento débil y perdida si lo hago. Ninguno dice nada en todo el
camino. El aire parece cargado entre los
dos. Siento su intento de agarrarme una mano pero enseguida la aparto.
–No me toques, no quiero que me vuelvas a tocar
nunca más.
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