Capítulo 1. La espiral
Invierno
del dos mil siete, caminaba entre la multitud por miles de tiendas. Todo a mí
alrededor se transformaba en algo lejano. Cada vez que avanzaba entre la gente
más claro me queda que aquel mundo era artificial. Chicos besando a chicas por
besar prometiéndoles las estrellas o sino la luna, esas tonterías
inalcanzables. Personas mayores sentados en bancos mirando el vacío viendo su
vida pasar por delante sin poder detenerla. Chicas con miles de bolsas de ropa,
que acababan de vaciar su tarjeta de crédito en la última moda. Grupos de
amigas sentadas en una cafetería riéndose del último cotilleo o de sus
problemas, esas amigas que dentro de unos años te separas de ellas con la
promesa de quedar un fin de semana para contarle como te trata la vida y para tomar
un café en la primera cafetería que encontréis, pero que con el tiempo se irán
olvidando de ti como tú de ellas y encontraran otras con las que ir de compras
o hablar de chicos.
Diecisiete
primaveras tenía yo, y con aquella edad seguía viendo el mundo de color de
rosa. Seis era el número de veces que me había enamorado desde que tengo edad suficiente
para saber el significado de la palabra amor o de por lo menos haberla buscado
en el diccionario. Doce, el número de chicas con las que he pasado grandes momentos.
De todas ellas ahora mismo solo me quedan cuatro, las demás desaparecieron sin
dejar rastro. Melanie, Gina, Liz, Stella y muchos más nombres que con el tiempo
he ido olvidando y de las cuales ahora
apenas recuerdo sus rostros.
Escucho
música en cada esquina por la que paso. El Centro de la ciudad está atestado de
gente esta tarde, sobre todo de chicas y de chicos, que a pesar del frío que
hace salen a pasar el rato con sus amigos. Pero aquello a mi no me importaba,
era fácil adaptarse al ruido y al constante murmullo de la gente.
Havre
no es mi ciudad natal, solo el sitio perfecto para escapar con tus padres y
vivir una vida tranquila y sin problemas. Ese paraíso escondido en lo más
remoto en el que tus únicas preocupaciones son encontrar nuevas formas de divertirte
sin pasar el límite, aunque hay algunos que lo pasan. Sino miradme a mi unos
años atrás y ya me contaréis que tenemos en común aquello adolescente rebelde
que hacía oídos sordos a todo lo que le decían a su alrededor y la nueva y mejorada
Audrey.
Había
cambiado mi estilo de música más de cinco veces y mi forma de vestir, eso por
no hablar de mi cabello, ese que en un tiempo lejano había sido de un castaño
cobrizo que enmarcaba mi cara, la que ahora estaba desfigurada por capas de
maquillaje. Mis tacones resonaban sobre el asfalto enviando a mis oídos un
sonido un tanto molesto y ruidoso. Pero aquello no era nada comparado con el
dolor que sentía en mí pecho, no, no era mi pecho, era más adentro algo más
profundo que me calaba desde el corazón.
Un
vacío profundo que me dificultaba el respirar y que me hacía arder los ojos.
Aquellas dos almendras achocolatadas que brillaban hace algunos años, pero que
habían perdido su brillo interior con el paso del tiempo, y ahora estaban apagados
y de un chocolate oscuro. Levante mis rizos hacia el cielo y lo mire más oscuro
que nunca. El viento frío de Diciembre los agito y por primera vez sentí el aire chocar contra mi cara como si
fueran cuchillas.
Y
parecía que Dios escuchaba mis plegarias porque del cielo empezaban a caer
pequeñas gotas de agua dulce que cada vez se iban incrementando hasta
convertirse en una cascada de lluvia que iban a parar en mi cara y en la de la
multitud que sacaba sus paraguas para no mojarse. Yo simplemente cerré mis ojos
y me deje guiar sintiendo las gotas caer contra mi rostro llevándose el rastro
de maquillaje o de sufrimiento que alguna vez pudiera haber existido. Estaba
fría, pero no me importaba. Los pies me dolían y había caminado sin rumbo fijo
hasta aquel lugar que me traía tantos recuerdos. Los mejores momentos de mi
vida y también los peores. El lugar donde nos conocimos por primera vez, aquel
que ahora estaba en penumbra. Aquel sitio me recordaba a él, a su cara
perfecta, sus ojos verdes, su pelo medio castaño medio rubio perfectamente
engominado, sus rosados labios que me sonreían.
Volví
a cerrar los ojos para recordar aquel cuerpo que conocía tan bien. Y a la mente
se me vinieron los recuerdos de los días que vivimos el uno al lado del otro,
desde el momento en que nos conocimos hasta el último de nuestros días juntos.
Mis labios pálidos y resecos por el frío se abrieron y desde mi subconsciente
susurré su nombre.
—Evan…
Y
sentí esa sensación que nunca antes había experimentado, de serenidad, de paz
interior que recorrió cada minúscula parte de mi cuerpo. Y lo volví a repetir
una y otra vez subiendo el volumen de mi voz.
—
¡Evan!, ¡¡EVANN!!
Y ahí fue cuando me di cuenta que no podía
vivir sin él, que mi vida no tenía sentido sin verle cada mañana en el portal de
casa con una sonrisa de buenos días y un beso esperando por mí. Juntar mis
manos con las suyas y caminar abrazados el uno al otro contándonos lo que
habíamos hecho durante la ausencia del otro. Mirarnos a los ojos y
transmitirnos lo que sentíamos sin necesidad de palabras. Pero él se iba y yo
solo era un estorbo en su vida. Suspiré, pero no un suspiro cualquiera, este
era de esos que se te escapan sin que lo puedas detener. Como él, se iba sin
ninguna explicación, sin un ‘’Vendré a
por ti en cuanto todo termine ‘’ o un ‘’Espérame,
volveré antes de que tengas tiempo de echarme de menos’’. El no era Edward
Cullen el chico vampiro del que Bella Swan se enamoró perdidamente. En esta historia no había vampiros que vivían
desde hace siglos ni una torpe humana que se enamorara de ellos. Solo éramos
dos simples humanos jugando a amarse con todo lo que se le viniera encima y no
podíamos pararlo. Volví a suspirar pero esta vez más fuerte y decidí que ya era
hora de volver a la realidad y enfrentarla aunque fuera dolorosa. Busqué entre
mis recuerdos su rostro por última vez y traté de memorizar cada centímetro de
su piel. Desconecte mi cerebro y mis pies tomaron un nuevo destino y me perdí
entre las calles vacías de Havre. Caminaba, respiraba, y sentía el ruido de los
coches al pasar por mi lado.
Ya
estaba oscureciendo y el cielo se teñía de rojo. Había dejado de llover y ya no
quedaba nadie caminando por aquella parte de la ciudad. Era hora de encender el
móvil y atenerme a las miles de llamadas que debía tener. Busque en el fondo
del bolso negro y en un esquina encontré mi preciado Motorola V8, negro.
Observe la pantalla oscura durante unos segundos y al fin me decidí a oprimir
la tecla indicada para encenderlo. Como siempre me saludo y me pregunto el Pin.
—1414.
Listo
lo había aceptado y empezó a cargar y ahí es cuando empezaron a llegar
mensajes, llamadas de varios números que yo conocía muy bien.
Me
decidí por leer primero los mensajes y los busque. Uno era de Ari y decía:
‘’ ¡Dee
llevo más de una hora tratando de localizarte! ¿Dónde estás? Bueno llámame
cuando veas el mensaje. Las chicas y Evan te estamos esperando en el
aeropuerto. Evan está preocupado Dee, no
le hagas esto. Su vuelo sale dentro de tres horas. Te esperamos. Besos, ¡te
quiero! ”
Miré
el reloj de pulsera y vi que marcaba las 7:33 si cogía un taxi es posible que
llegara a tiempo para decirle adiós. Todavía faltaba una hora para que el avión
despegara destino California. Pero no sabía si tendría el valor suficiente como
para aguantar despedirme de él. Cerré el mensaje de Ari y abrí el otro que era
de Laurie otra de mis mejores amigas. Debía decir algo parecido al de Ari pero
conociendo a Laurie lo decía con otras palabras más ‘’expresivas’’.
‘’Audrey Mayer mueve tu precioso
trasero hasta el aeropuerto enseguida o nunca más te volveré a hablar. ¡Te
estoy esperando Mayer! Empieza la cuenta atrás 60, 59, 58, 57... Tic tac el
reloj corre en tu contra. ’’
Justo
lo que imaginé y no me quedo más remedio que reírme ante tal amenaza. Laurie,
ella siempre era tan efusiva y tenía energía de sobra. Era un pequeño remolino
que entro en mi vida y que la puso patas arriba. Pero yo la adoraba fuera como
fuera. Miré de nuevo el reloj que ya marcaba las 7:44. Decidí escuchar a mi
corazón por última vez en mi vida tome una bocanada de aire y empecé a correr
hasta la parada de taxis más cercana. Y la encontré a solo una manzana al girar
la esquina de la avenida Cowan Dr. Abrí la puerta del primero que encontré y me
subí a él. Un señor mayor y regordete
con canas en el pelo me miro.
—
¿A dónde la llevo señorita?
Con
la respiración entre cortada por la carrera conseguí decirle a donde me dirigía.
—Al aeropuerto por favor…
—Ahora
mismo señorita.
Solté
un suspiro de descanso y me relaje en el
asiento trasero de aquel Volkswagen Passat. Miré por
última vez el reloj que ya indicaba las 8:00, tenía todavía una hora para
llegar, el vuelo salía a las 9:00. Entrecerré los ojos mientras escuchaba la
canción que pasaba en esos momentos por la radio. Era pegadiza y tenía un buen
ritmo, era de esas canciones que a Evan tanto le gustaban. Sin darme cuenta empecé a cantarla en voz
baja.
— This time, this place Misused, mistakes too long, too late. Who was I to make you wait? Just one chance. Just one breath. Just in case there's just one left. 'Cause you know, you know, you know…
Cerré mis ojos poco a poco y me traslade al mundo de los sueños. Estaba
cansada, mojada, desmaquillada y me dolían los pies de tanto caminar. Pero aún
así no me rendiría, vería a Evan por última vez y le mostraría la mejor de mis
sonrisas aunque fuera con esas pintas. Le diría que le quería y que le
esperaría el tiempo que hiciera falta. Mis labios susurraron lo último que
quería decir y se cerraron.
—Evan…Te
quiero…
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