Capítulo 3. Vacío
Pagué el taxi lo más rápido que mis manos pudieron y corrí como si
mi vida dependiera de eso. Porqué tenía
que haber atasco por la carretera. ¡DIOS! ¡Maldito día! Lo odiaba. Seguí
corriendo y mi respiración estaba muy agitada pero no podía parar. Los tacones
me estaban haciendo heridas que se estaban abriendo. Paré un momento y me los
quité, me daba igual que la gente me viera sin zapatos, en ese momento me daba
igual las personas que estaban a mi alrededor que me miraban y pensaban seguro
que estaba loca. Si Evan no estaba en este mundo nada tenía sentido para mí. Evan
era el Sol y yo la Tierra siempre girando en torno a él. Llegué a las puertas y
se abrieron dejándome pasar. Escuché como daban el último aviso para un vuelo
que estaba a punto de salir. Me concentré en el número y lo escuche y en ese
mismo momento mi sangre se congelo. Ese era el vuelo de Evan.
No dios no me puede hacer esto, no Evan, espérame por favor…por
favor no te vayas. Tengo que decirte
algo importante, ¡no te puedes ir sin antes escucharlo! Te necesito Evan, te
necesito en mi vida, sin ti mi mundo se derrumbará…
El miedo invadió mi alma y me volví cada vez más torpe. Mis ojos
se nublaron por las lágrimas que en ese momento trataba de retener pero que me
era casi imposible. Mi corazón latía cada vez más fuerte y no era capaz de
pensar con claridad, todo a mí alrededor me daba vueltas. Conseguí llegar al
cristal y justo en ese momento vi el avión que se movía por la pista ya se iba
estaban calentando los motores. Pegue las dos manos al cristal y apoyé mi cara
en ellas mientras miraba como el avión se iba alejando y con él la persona que
yo más amaba en este mundo.
Podía ver el reflejo que el cristal me enviaba, esta espantosa.
Tenía la cara llena de manchones negros, por el rímel que ahora se corrían aún
más por las lágrimas y el pelo completamente enredado y despeinado. La ropa
húmeda por el tiempo que estuve debajo de la lluvia. Seguro que me pasaré semanas en la cama por esto. Me aclaré la
garganta la tenía reseca y me dolía del tiempo que estuve fuera, al frío. Pero
más me dolía el corazón ahora que Evan no estaba. Sentí la música de mi móvil
sonar y pegué un respingón del susto. Rápidamente lo abrí y vi que tenía un
mensaje, era de Evan… Miré el número durante un minuto o dos mientras trataba
de adivinar que decía, pero me era imposible, Evan era impredecible. Me di
ánimos mentalmente y respiré profundo mentalizándome para lo que pusiera. Lo
abrí y en ese momento no recuerdo que paso pero lo que leí me atravesó la carne
y me llego al corazón.
— Audrey, no sé donde estas
ni tampoco quiero saberlo. Audrey terminamos… quiero que esta relación se
termine. Lo siento Dee. Hasta nunca. Evan.
Sentí que la sangre dejaba de circular por mis venas y el mensaje
se repetía una y otra vez en mí cabeza y me caí por culpa de la gravedad que me
atraía hasta el suelo. Me golpee las rodillas pero no me dolió ya no podía
sentir más dolor del que me recorría el cuerpo. Lancé el móvil con todas mis
fuerzas y me abracé a mi misma tratando de consolarme. Sentí cuando alguien me
zarandeaba pero no podía escucharla porque mis oídos solo pitaban
insoportablemente. No podía resistir más tiempo en aquella posición mi mente
daba vuelvas y vueltas como una atracción de feria y mis ojos se cerraron y
casi me caigo al mármol pero antes de caer sentí que alguien me sujetaba. Con
las últimas fuerzas que tenía entreabrí los ojos y vi la silueta de alguien,
pero no podía reconocerla bien, todo estaba muy borroso y difuminado. Pero aún
así imaginé que era Evan que me venía a recoger y a decirme que todo aquello no
era más que una pesadilla y que él me despertaría. Susurre su nombre con las
últimas fuerzas que me quedaban y caí en un profundo sueño.
—Evan…
No sabía dónde estaba todo era muy oscuro y tenía frío y
mucho miedo. Caminaba y caminaba y trataba de gritar pero no tenía voz. De la
nada una luz apareció a unos metros míos y Evan estaba allí, me miraba con una
mirada de amor y me sonreía tiernamente. Estiraba los brazos hacía mi esperando
a que corriera donde estaba él y empecé a reír y corrí con los brazos abiertos
como en las películas románticas pero el dejo de sonreír y se fue alejando de
mi sin mirar atrás. Gritaba pero de mi garganta no salían las palabras y me
sentía cada vez más frustrada y él desapareció junto a esa luz y no me dijo
adiós.
Abrí
uno de mis ojos y una luz cegadora me dio de lleno en la retina que me hizo
entrecerrarlo hasta que me fui adaptando a ella. Moví la cabeza pero cada vez
que lo hacía un dolor punzante me atravesaba. Pestañee dos o tres veces y abrí
por fin los ojos estaba en un lugar desconocido para mí. Paredes blancas como
la leche, una mesilla de noche y un príncipe negro colocado en un búcaro de
cristal. No estaba completamente abierto y los pétalos parecían tan delicados.
Me fascinaban los príncipes negros era mi rosa preferida y la única persona que
me la regalaba era Evan.
—Evan…
Los
recuerdos me bombardearon como si fueran miles de balas atravesándome la carne.
Solté un gemido de dolor y no me pude detener, mis ojos se volvieron a llenar
de gotas saladas que recorrían mi cara y se perdían en la almohada. No tuve
tiempo de pensar porque la puerta que estaba en frente de la cama se abrió y un
hombre en la época de los treinta entró a la habitación con una sonrisa de
malestar. Llevaba un portafolio en la mano derecha y en la izquierda un
bolígrafo Pilot. Alzó la vista de los
papeles y me miro con ojos analizadores. Enseguida cambió la cara y apretó la
mandíbula intentando fingir una sonrisa de cortesía. Se le daba fatal.
—
¿Señorita Mayer? Me alegro de que haya despertado. Dígame como se siente. ¿Le
duele algún sitio en especial? La cabeza, el cuerpo, la garganta, algún hueso…
Mire hacia acá fijamente le revisaré la vista, casi se da un buen golpe en la
cabeza.
Me hizo miles de revisiones y en todo ese
momento no abrí mi boca para nada no tenía ganas de hablar ni nada que comentar
con aquel doctor de pacotilla de sonrisa fingida. Aparte de que la garganta me
raspaba mucho y estaba afónica.
—Muy
bien señorita Mayer, veo que está bien no ha recibido ningún golpe que pueda
hacerle estragos en su cerebro. Pero veo que tiene síntomas claros de un
próximo resfriado, tiene un poco de fiebre y tiene un mal aspecto. Pero puede
irse ya le doy el alta, le avisaré a sus padres de que ya esta despierta y de
que está bien. Le diré a una enfermera de que venga a ayudarla a levantarse ha
estado dormida durante 8 horas así que debe sentirse un poco mareada. Espere
aquí y no se mueva.
Estúpido imbécil estaba claro que en el estado
en que me encontraba me era imposible levantarme. Tenía las piernas dormidas y
cuando me levantara estaría mareada, además eso junto con el insoportable dolor
de cabeza que tenía en esos momentos eran más que motivos suficientes para no
querer levantarme de allí. Es más, quería dormir una buena temporada así que si
me suministraban morfina no pasaba nada, se lo agradecería porque así podría
escapar de la realidad y del teatro que me montaría mi mamá.
Volví
a casa con los oídos doloridos porque mi madre no paraba de gritar y regañarme.
Bajé del coche y como si de un fantasma se tratase arrastré mis pies hacía el
interior de mi edificio. Entré en mi habitación y ella me recibió con un triste
silencio. Todo estaba oscuro y no tenía la mínima intención de acabar con
aquella paz que la inundaba. En profundo silencio me moví por la habitación
hasta llegar a la amplia cama en el extremo derecho. No me quité la ropa mojada
que llevaba, simplemente lancé los tacones a una de las esquinas y me tire en
ella metiéndome debajo del edredón blanco con pequeñas florecidas alrededor,
que me recibió más gélido que nunca. No titirite ni por un momento y mantuve
mis labios sellados y mis dientes bien apretados, aguantando las ganas enormes
que tenía de gritar todo lo que sentía en ese momento. Mis ojos se abrían y se
cerraban una y otra vez tratando de apreciar algún punto inexistente de la
pared blanca. El único sonido que escuchaba en la habitación era el tic tac del reloj de mesilla, los demás
cada vez se me fueron haciendo más lejanos.
La
disputa de mis padres por lo sucedido
hoy, el sonido de los coches al pasar y el viento que golpeaba contra los
cristales de mi ventana se fueron haciendo cada vez menos audibles hasta llegar
a ser un pequeño susurro. La pastilla empezaba a hacer su efecto de somnífero y
mis parpados empezaban a bajarse hasta quedar completamente cerrados.
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