domingo, 20 de enero de 2013

Castillo de naipes: Vacío


Capítulo 3. Vacío

Pagué el taxi lo más rápido que mis manos pudieron y corrí como si mi vida dependiera de eso. Porqué tenía que haber atasco por la carretera. ¡DIOS! ¡Maldito día! Lo odiaba. Seguí corriendo y mi respiración estaba muy agitada pero no podía parar. Los tacones me estaban haciendo heridas que se estaban abriendo. Paré un momento y me los quité, me daba igual que la gente me viera sin zapatos, en ese momento me daba igual las personas que estaban a mi alrededor que me miraban y pensaban seguro que estaba loca. Si Evan no estaba en este mundo nada tenía sentido para mí. Evan era el Sol y yo la Tierra siempre girando en torno a él. Llegué a las puertas y se abrieron dejándome pasar. Escuché como daban el último aviso para un vuelo que estaba a punto de salir. Me concentré en el número y lo escuche y en ese mismo momento mi sangre se congelo. Ese era el vuelo de Evan.
No dios no me puede hacer esto, no Evan, espérame por favor…por favor  no te vayas. Tengo que decirte algo importante, ¡no te puedes ir sin antes escucharlo! Te necesito Evan, te necesito en mi vida, sin ti mi mundo se derrumbará…
El miedo invadió mi alma y me volví cada vez más torpe. Mis ojos se nublaron por las lágrimas que en ese momento trataba de retener pero que me era casi imposible. Mi corazón latía cada vez más fuerte y no era capaz de pensar con claridad, todo a mí alrededor me daba vueltas. Conseguí llegar al cristal y justo en ese momento vi el avión que se movía por la pista ya se iba estaban calentando los motores. Pegue las dos manos al cristal y apoyé mi cara en ellas mientras miraba como el avión se iba alejando y con él la persona que yo más amaba en este mundo.
Podía ver el reflejo que el cristal me enviaba, esta espantosa. Tenía la cara llena de manchones negros, por el rímel que ahora se corrían aún más por las lágrimas y el pelo completamente enredado y despeinado. La ropa húmeda por el tiempo que estuve debajo de la lluvia. Seguro que me pasaré semanas en la cama por esto. Me aclaré la garganta la tenía reseca y me dolía del tiempo que estuve fuera, al frío. Pero más me dolía el corazón ahora que Evan no estaba. Sentí la música de mi móvil sonar y pegué un respingón del susto. Rápidamente lo abrí y vi que tenía un mensaje, era de Evan… Miré el número durante un minuto o dos mientras trataba de adivinar que decía, pero me era imposible, Evan era impredecible. Me di ánimos mentalmente y respiré profundo mentalizándome para lo que pusiera. Lo abrí y en ese momento no recuerdo que paso pero lo que leí me atravesó la carne y me llego al corazón.
Audrey, no sé donde estas ni tampoco quiero saberlo. Audrey terminamos… quiero que esta relación se termine. Lo siento Dee. Hasta nunca. Evan.
Sentí que la sangre dejaba de circular por mis venas y el mensaje se repetía una y otra vez en mí cabeza y me caí por culpa de la gravedad que me atraía hasta el suelo. Me golpee las rodillas pero no me dolió ya no podía sentir más dolor del que me recorría el cuerpo. Lancé el móvil con todas mis fuerzas y me abracé a mi misma tratando de consolarme. Sentí cuando alguien me zarandeaba pero no podía escucharla porque mis oídos solo pitaban insoportablemente. No podía resistir más tiempo en aquella posición mi mente daba vuelvas y vueltas como una atracción de feria y mis ojos se cerraron y casi me caigo al mármol pero antes de caer sentí que alguien me sujetaba. Con las últimas fuerzas que tenía entreabrí los ojos y vi la silueta de alguien, pero no podía reconocerla bien, todo estaba muy borroso y difuminado. Pero aún así imaginé que era Evan que me venía a recoger y a decirme que todo aquello no era más que una pesadilla y que él me despertaría. Susurre su nombre con las últimas fuerzas que me quedaban y caí en un profundo sueño.
Evan…
No sabía dónde estaba todo era muy oscuro y tenía frío y mucho miedo. Caminaba y caminaba y trataba de gritar pero no tenía voz. De la nada una luz apareció a unos metros míos y Evan estaba allí, me miraba con una mirada de amor y me sonreía tiernamente. Estiraba los brazos hacía mi esperando a que corriera donde estaba él y empecé a reír y corrí con los brazos abiertos como en las películas románticas pero el dejo de sonreír y se fue alejando de mi sin mirar atrás. Gritaba pero de mi garganta no salían las palabras y me sentía cada vez más frustrada y él desapareció junto a esa luz y no me dijo adiós.
Abrí uno de mis ojos y una luz cegadora me dio de lleno en la retina que me hizo entrecerrarlo hasta que me fui adaptando a ella. Moví la cabeza pero cada vez que lo hacía un dolor punzante me atravesaba. Pestañee dos o tres veces y abrí por fin los ojos estaba en un lugar desconocido para mí. Paredes blancas como la leche, una mesilla de noche y un príncipe negro colocado en un búcaro de cristal. No estaba completamente abierto y los pétalos parecían tan delicados. Me fascinaban los príncipes negros era mi rosa preferida y la única persona que me la regalaba era Evan.
—Evan…
Los recuerdos me bombardearon como si fueran miles de balas atravesándome la carne. Solté un gemido de dolor y no me pude detener, mis ojos se volvieron a llenar de gotas saladas que recorrían mi cara y se perdían en la almohada. No tuve tiempo de pensar porque la puerta que estaba en frente de la cama se abrió y un hombre en la época de los treinta entró a la habitación con una sonrisa de malestar. Llevaba un portafolio en la mano derecha y en la izquierda un bolígrafo Pilot. Alzó la vista de los papeles y me miro con ojos analizadores. Enseguida cambió la cara y apretó la mandíbula intentando fingir una sonrisa de cortesía. Se le daba fatal.
— ¿Señorita Mayer? Me alegro de que haya despertado. Dígame como se siente. ¿Le duele algún sitio en especial? La cabeza, el cuerpo, la garganta, algún hueso… Mire hacia acá fijamente le revisaré la vista, casi se da un buen golpe en la cabeza.
 Me hizo miles de revisiones y en todo ese momento no abrí mi boca para nada no tenía ganas de hablar ni nada que comentar con aquel doctor de pacotilla de sonrisa fingida. Aparte de que la garganta me raspaba mucho y estaba afónica.
—Muy bien señorita Mayer, veo que está bien no ha recibido ningún golpe que pueda hacerle estragos en su cerebro. Pero veo que tiene síntomas claros de un próximo resfriado, tiene un poco de fiebre y tiene un mal aspecto. Pero puede irse ya le doy el alta, le avisaré a sus padres de que ya esta despierta y de que está bien. Le diré a una enfermera de que venga a ayudarla a levantarse ha estado dormida durante 8 horas así que debe sentirse un poco mareada. Espere aquí y no se mueva.
 Estúpido imbécil estaba claro que en el estado en que me encontraba me era imposible levantarme. Tenía las piernas dormidas y cuando me levantara estaría mareada, además eso junto con el insoportable dolor de cabeza que tenía en esos momentos eran más que motivos suficientes para no querer levantarme de allí. Es más, quería dormir una buena temporada así que si me suministraban morfina no pasaba nada, se lo agradecería porque así podría escapar de la realidad y del teatro que me montaría mi mamá.
Volví a casa con los oídos doloridos porque mi madre no paraba de gritar y regañarme. Bajé del coche y como si de un fantasma se tratase arrastré mis pies hacía el interior de mi edificio. Entré en mi habitación y ella me recibió con un triste silencio. Todo estaba oscuro y no tenía la mínima intención de acabar con aquella paz que la inundaba. En profundo silencio me moví por la habitación hasta llegar a la amplia cama en el extremo derecho. No me quité la ropa mojada que llevaba, simplemente lancé los tacones a una de las esquinas y me tire en ella metiéndome debajo del edredón blanco con pequeñas florecidas alrededor, que me recibió más gélido que nunca. No titirite ni por un momento y mantuve mis labios sellados y mis dientes bien apretados, aguantando las ganas enormes que tenía de gritar todo lo que sentía en ese momento. Mis ojos se abrían y se cerraban una y otra vez tratando de apreciar algún punto inexistente de la pared blanca. El único sonido que escuchaba en la habitación era el tic tac del reloj de mesilla, los demás cada vez se me fueron haciendo más lejanos.
La disputa de  mis padres por lo sucedido hoy, el sonido de los coches al pasar y el viento que golpeaba contra los cristales de mi ventana se fueron haciendo cada vez menos audibles hasta llegar a ser un pequeño susurro. La pastilla empezaba a hacer su efecto de somnífero y mis parpados empezaban a bajarse hasta quedar completamente cerrados.



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